En nuestra vida diaria utilizamos numerosas expresiones de carácter coloquial cuyo significado no resulta explícito en el sentido literal de que aquello que decimos, pero al mismo tiempo no necesita de una explicación. Me refiero a expresiones como “no tener una perra” -que no significa necesariamente no ser poseedor de un mamífero doméstico de la familia de los cánidos-, “tener muchos cuartos”, “estar sin blanca”, verde y con asas”, “blanco y en botella” o muchas otras en las que, sin duda, pueden estar pensando nuestros lectores. Sin embargo, pese a ser de uso frecuente no suele saberse porque se dice “verde y con asas” para referirse a una cosa que resulta tan obvia que no necesita de explicación o por qué cuando decimos que “no tenemos una perra” estamos afirmando que carecemos de dinero.
La causa se encuentra en que esas expresiones, que se han mantenido en el tiempo, tuvieron un sentido literal en otra época. La expresión “verde y con asas” estaba referida a las vasijas de barro tradicionales de los alfares de la época del califato de Córdoba, muy diferentes a las piezas de barro cocido que se elaboraban en los reinos cristianos durante la Edad Media. Eran tan comunes que no se necesitaba explicación alguna para señalar su procedencia musulmana y la expresión quedó como muestra de obviedad. Al igual que una obviedad también es la expresión “blanco y en botella”.
Otro tanto, aunque referido a un tiempo no tan lejano, ocurre con “no tener una perra”. Dicha expresión empezó a utilizarse después de 1868, cuando el gobierno provisional -hoy diríamos gobierno en funciones- puso en circulación la peseta, como moneda de cien céntimos. Fue pocas semanas después de la caída de Isabel II, siendo ministro de Hacienda, Laureano Figuerola. Se acuñaron monedas cuyo valor facial era de una o varias pesetas y también fraccionarias, entre otras, las de diez y cinco céntimos. Éstas últimas presentaban en su anverso la figura de una matrona de claro abolengo romano -no había efigie de un monarca al haber sido destronada Isabel II y no conseguirse un consenso para un nuevo rey hasta finales de 1870, lo que prolongó la provisionalidad durante más de dos años-, mientras que en su reverso podía verse un león sosteniendo un escudo de España. Hubo quien en el león vio una perra. Esa circunstancia hizo que surgieran las denominaciones de “perra gorda” para la de diez céntimos y “perra chica” para la de cinco. La peseta, no obstante, existió con anterioridad a 1868. Se denominaba así la a la moneda de dos reales, en tiempo de Felipe V; también se acuñaron pesetas durante la Primera Guerra Carlista y con ellas se pagaba a los soldados isabelinos, a los que se conoció con el nombre de peseteros; ya pueden imaginarse por qué. También la expresión “tener muchos cuartos” está relacionada con la moneda de otra época. Cuarto era el nombre que se daba a la moneda de cuatro maravedíes, cuando en la corona de Castilla se utilizaban ducados, reales y maravedíes -un ducado equivalía a 11 reales y un real a 34 maravedíes-. La expresión “estar sin blanca” equivale a no tener nada. La blanca era una moneda medieval que siguió utilizándose hasta bien entrado el siglo XVI y su valor era tan pequeño, medio maravedí, que “estar sin blanca” era no tener dinero.
Como verán la provisionalidad gubernamental no es una novedad en nuestro país. Tampoco el uso de expresiones coloquiales sobre monedas tiempo ha desaparecidas.
(Publicada en ABC Córdoba el 13 de abril de 2016 en esta dirección)